En la vida real, Hogan es Terry Gene Boyega, el ser humano que prestó su cuerpo musculado y sobrehumanamente bronceado a la super estrella de la lucha libre mundial / Foto Internet
El lado desconocido de Hulk Hogan
Un documental cuenta cómo el luchador de la WWE salió del hoyo financiero tras demandar por 100 millones a un sitio web que publicó un vídeo sexual suyo
El País
Hace unos años, Hulk Hogan empezó una decadencia que no parecía tener fin. Cuando creía que había tocado fondo, surgía otro hoyo en el camino que le enviaba más abajo. Fue una de las personas más queridas en EU y estrella de la WWE (la rentabilísima federación estadounidense de lucha libre), pero las cosas habían cambiado. Retirado de la competición y carne de reality chusco, se había divorciado, su hijo estaba en prisión por conducir ebrio y provocar un accidente y su cuenta corriente se encontraba en las últimas. Entonces, un episodio que podría haberle hundido más resultó ser su salvación. Fue cuando una potentísima página especialista en sacar trapos sucios de los famosos publicó un vídeo sexual de Hulk Hogan con una mujer.
Está a punto de estrenarse el documental Nobody speak (en Netflix), que cuenta esta historia de venganza, millonarios rencorosos, cultura pop y periodismo basura en la que el popular luchador ha conseguido reinventar el sueño americano de la manera más inesperada.
Cuando la lucha libre era un acontecimiento mundial, cuando solo en Estados Unidos atraía a más de 30 millones de espectadores, cuando el Último Guerrero le arrebató el título aquel mundial 1 de abril de 1990, Hulk Hogan (Georgia, 63 años) era el único luchador de la WWE que estipulaba en su contrato que él, y solo él, decidiría las tramas de su personaje: un buen día dejó de ser villano para erigirse como un héroe, y el mundo entero le aclamó.
Solo en Estados Unidos la WWE atraía a más de 30 millones de espectadores / Foto Internet
Hogan se alquiló un modesto chalet con su segunda esposa y se propuso, una vez más, escribir su propia historia. Y lo hizo tal y como manda el sueño americano: llevando a alguien a juicio.
Pero en la vida real el ser humano que prestó su cuerpo musculado y sobrehumanamente bronceado a Hogan, Terry Gene Boyega, ha sido derribado en la lona una y otra vez. En la vida real, Boyega nunca ha podido controlar sus giros de guion.
En los años ochenta los combates de Hulk Hogan seguían una estructura coreografiada: empezaba perdiendo y arrastrándose por la lona, pero los ánimos del público le daban la energía necesaria para reponerse y acabar venciendo a su contrincante. Hogan se convirtió en la figura favorita del circuito y el hombre-espectáculo más solicitado por Make a wish, una fundación benéfica que concede deseos a niños enfermos terminales que sueñan con conocer a sus ídolos.
La Hulkmania, término acuñado por él mismo, se tradujo en docenas de productos con su cara, una serie de dibujos y miles de niños en todo el mundo imitando su icónico saludo arrancándose la camiseta. Su doctrina se reducía a tres conceptos: «Entrenar, rezar y tomar vitaminas». Pero en 1994 un juicio le obligó a reconocer bajo juramento que, además de vitaminas, también le habían ayudado los esteroides. A partir de ahí su descenso al infierno mediático fue lento, pero siempre a través de juicios, y siempre en la misma dirección. Hacia abajo.
En 2005 Hogan protagonizó junto a su familia el reality show Hogan knows best («Hogan sí que sabe»), que contenía todos los ingredientes de una telecomedia pasada de moda: un padre que espiaba a su hija durante sus citas; una mujer, Linda, que se levantaba antes de que llegasen las cámaras a la casa para maquillarse y luego hacerse la dormida, y que en un episodio decidía adoptar a un chimpancé; una hija, Brooke, que soñaba con triunfar como cantante; y un secundario gracioso, el tío Knobs, a quien la mujer no podía ni ver.
Pero el programa también retrató la decadencia de una figura querida de la cultura popular a quien, retirado de la lucha libre, se le caía la casa encima. Hogan reconocía ante las cámaras que nadie traía dinero a casa, de modo que acabaría regresando por tercera vez al cuadrilátero en 2005, convertido ya en un mito y un clásico de la WWE.
En el 2007 los Hogan se separaron como familia / Foto Internet
En 2007 se divorció de Linda, una noticia que él descubrió cuando un paparazi le enseñó una copia del documento de separación, y después ella se echó de novio a un chaval de 19 años compañero de clase de su hijo Nick. Ese mismo año, Nick cogió sin permiso el Toyota Supra amarillo de su padre y sufrió un accidente de tráfico que dejó hemipléjico al copiloto. El hijo de Hogan fue condenado a ocho meses de prisión por conducir ebrio, exceder el límite de velocidad y llevar las lunas tintadas sin permiso. Y cuando parecía que la vida de Hogan había tocado fondo, una cinta de vídeo cavó un nuevo nivel.
En 2015 la web Gawker publicó un vídeo en el que se veía a Hogan mantener relaciones sexuales con una señora llamada Heather Clem mientras su marido, el presentador de radio Bubba the Love Sponge, les dejaba a solas para que «hicieran lo que tenían que hacer». Hogan no fue el primer famoso es protagonizar involuntaria e inconscientemente una cinta de porno casero, pero ese no era el problema.
Entre cita y cita, el exluchador hacía comentarios racistas, quejándose de que su hija Brooke estuviese acostándose con un negro: «No tengo doble rasero, quiero decir, soy racista hasta cierto punto, putos negros. Pero si tuviera que acostarse con un negro, preferiría que se casase con un negro de dos metros y medio que tenga cien millones de dólares, como un jugador de baloncesto». En el vídeo, Hogan también se refería a su rival en la lucha libre, la ahora estrella de Hollywood Dwayne The Rock Johnson, con los calificativos racistas «nigger» y «sambo».
Hogan fue despedido de la WWE tras conocerse los comentarios racistas que hiciera. En la gráfica en sus tiempos de gloria con Donald Trump y Andre El Gigante, ya fallecido / Foto Internet
La gravedad y dimensión de este episodio vino no solo por el racismo rampante de Hogan, sino porque nigger es una palabra que la inmensa mayoría de población blanca estadounidense no se atreve a pronunciar en público, y que los medios de aquel país citan como «the N-word» o «n*gger». Es, literalmente, lo peor que puede decir un señor blanco en Estados Unidos.
La publicación del vídeo provocó el despido fulminante de Hogan por parte de la WWE, a pesar de que el luchador se disculpó, arrepintiéndose de sus palabras y asegurando que no era racista, «pero que en el barrio donde he crecido se habla así».
Los vecinos de dicho barrio (Port Tampa, en Florida) concedieron una entrevista aclarando que no era cierto. Arruinado por culpa, según el mismo reconoció, del divorcio de Linda y de un extravagante estilo de vida que incluía casas, coches y vacaciones de lujo para todos sus familiares, Hogan se alquiló un modesto chalet con su segunda esposa, Jennifer McDaniel (con la que sigue hoy) y se propuso, una vez más, escribir su propia historia. Y lo hizo tal y como manda el sueño americano: llevando a alguien a juicio.
Hogan durante el polémico juicio que le redituó 100 millones de dólares contra Gawker, la web que publicó el video sexual del ex luchador / Foto Internet
Hulk Hogan denunció a la web que publicó el vídeo, Gawker, cuando lo normal habría sido denunciar a la persona que se lo proporcionó. El editor de la web, AJ Daulerio, testificó que considera que un vídeo porno casero sí es noticia «siempre y cuando los integrantes tengan más de cuatro años». Los murmullos de esa sala, que debieron de escucharse hasta en Florida, se saldaron con un veredicto según el cual Gawker indemnizaría a Hogan con 100 millones de euros por estrés emocional y perjuicio profesional y a su imagen pública.
Cuando Gawker apeló este veredicto, Hogan se encontró con un aliado sorpresa, como sucede en los mejores juicios: el millonario Peter Thiel (fundador de PayPal y uno de los primeros accionistas de Facebook) se ofreció a costear los gastos legales de Hogan. Era su venganza contra Gawker, que nueve años antes le había sacado del armario. Thiel, tras efectivamente haber reconocido en público su homosexualidad, llevaba desde entonces esperando el momento adecuado para destruir a la web.
A Thiel no le importó que Hogan también tuviese opiniones homófobas en el infame vídeo sexual («resulta que en mi casa antigua ahora vive un marica», se quejó, «pero debía de ser medio marica porque parecía estar enamorado de mi mujer»), porque para él lo más importante era derribar a su enemigo común.
Dicho y hecho. Gawker, una web que durante años filtró los documentos más bochornosos y privados de las celebridades y los políticos, se declaró en bancarrota y cerró inmediatamente. El documental Nobody speak denuncia que este veredicto sienta un escabroso precedente: el estrés emocional y profesional que sufrió Hogan no venía por haber protagonizado un vídeo porno casero, ni era culpa de Gawker por difundirlo. A Hogan le indemnizaron, sobre todo, por el estrés emocional y profesional que le provocaron la repercusión que tuvieron sus insultos en el vídeo. O sea: el problema se lo buscó él solo ladrando esos improperios racistas y homófobos. Gawker solo lo difundió. Fue como matar al mensajero.
Del mismo modo, Gawker no mentía cuando publicó que Peter Thiel es homosexual. Tanto Hogan como Thiel se propusieron (y lograron) hundir a un medio de comunicación no porque les injuriase o les calumniase, sino porque publicó una verdad que no les venía bien. Así lo explica el director de Nobody speak, Brian Knappenberger: «Para mí es fascinante: las grandes fortunas y su capacidad de silenciar a los críticos, las grandes fortunas confabulándose para hostigar a la prensa».
A nadie le sorprendió que el año pasado Thiel respaldase la campaña electoral de Donald Trump. El presidente lidera una casta de millonarios americanos dispuestos a silenciar a aquellos medios de comunicación que les molestan. El experto en ley constitucional Floy Abrams concluyó que el juicio Boyega contra Gawker supuso «uno de los más importantes casos de la primera enmienda [la libertad de expresión] en la historia de los Estados Unidos».
Hulk Hogan, que se ha encontrado en medio de esta batalla campal, apenas hace apariciones públicas últimamente. Con la nariz rota en doce ocasiones, seis operaciones de espalda y los 100 millones del juicio, ha vuelto a ser Gene Boyega y ha dejado al personaje atrás.
Hulk Hogan fue un héroe que en realidad nunca existió, pero que sin duda valía mucho más que Gene Boyega, quien sigue intentando escribir su propia historia y, tras convertirla en un híbrido de porno, terror y drama de juicios, ha decidido que es el momento de bajar el telón. Quizá eso sea lo único que sí está dentro de su control.