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Peláez ya estorbaba

Rafa Ramos/ESPN Digital
Los Angeles.- Ricardo Peláez abandona El Nido. Acaso, porque El Nido ya lo había abandonado a él. El misterio sobre su salida tiene tufo a ese morbo de infidelidad, de adulterio: alguien se fue, al menos espiritualmente, a la cama con otro.
Colocado en la picota tras el funesto Mundial de Clubes de 2015, y nuevamente en 2016, con una fosa común de fracasos, cuando en el Año del Centenario cosechó más lápidas que monumentos, Peláez sale de Coapa finalmente. Vivió de peregrino en la guillotina año y medio.
Como siempre, en el obituario malicioso del recién fallecido, las buenas obras tratan de ocultar sus pecados. La hipocresía de las almas compasivas.
Peláez dejó dos títulos de Liga y dos boletos clase turista, como chambelán alegórico y conkakafkiano de otros tantos Mundiales de Clubes. Pero las candilejas no son eternas.
El vicepresidente deportivo del Nido columpió en el éxtasis a su nación azulcrema con ese título arrebatado a Cruz Azul en la mejor Final en la historia del futbol mexicano, y a partir de ahí renació el americanismo, vilipendiado antes con saña, porque daba tumbos en la indigencia del sótano y en la angustia de la regla de tres de la tabla del descenso.
Al Piojo Herrera se lo arrebata la selección, y a Antonio Mohamed lo echa el mismo Peláez, insatisfecho por que en lugar de ver a orgullosas Águilas se aterrorizaba contemplando a avestruces mineras.
Después, con Gustavo Matosas hay identidad, pero no hay identificación. Con Nacho Ambriz firma un pacto en el que el ejecutado sería el técnico, hasta que con Ricardo La Volpe encuentra ilusión e ilusionismo, porque al final, el 2016, el Año del Centenario fue una bancarrota absoluta.
¿Se va, dice, agradecido? ¿O lo echan, dicen, por desagradecidos? Lo cierto es que Peláez ya estorbaba. Para los carroñeros de oficio. Y para los de buena voluntad. Quedaba claro que con virtudes y defectos no estaba para congeniar con ninguno de los bandos.
Ciertamente la salida de Peláez no debe afectar al equipo. La figura de Ricardo La Volpe, amada u odiada, en el vestuario, ha estado por encima de la de su casi ex vicepresidente deportivo. El agobio del técnico argentino no deja en los jugadores ánimos para desahogarse con nadie.
Lo cierto es que, uno asume, hoy Peláez está mejor capacitado que nadie para tener continuidad en el América. Nadie mejor que él tiene el diagnóstico de las Águilas.
Seguramente, un plan inteligente, muy de los manuales de alta gerencia de empresas progresistas, es ascender o promover a quien se le agotan los métodos, para que aprenda e improvise otros, de desafíos más complicados.
Sin embargo, seguramente con hálitos de vida en la Liguilla, el América puede hacer sentir que no fue un error dejar ir o invitar a irse a Peláez, aunque la fase crítica vendrá, en verdad, cuando confronte la transición.
Porque, con Peláez ido de vacaciones, como dice, o a cotizarse en la bolsa de valores de la Liga MX, habrá que tomar decisiones clave: la permanencia del técnico o la llegada de otro; la renovación o contratación de jugadores y el compromiso con la afición, esa que al mal sabor de boca de 2016 debe agregar el sabor a oxidado de ver a un equipo con 90 minutos de nembutal futbolístico.
Ciertamente para todas las tareas pendientes en este cambio de dirección, el América necesitará a dirigentes con la personalidad para imponer autoridad moral e institucional al momento de negociar con entrenadores y jugadores. ¿Encontrarán a alguien con el peso de Peláez?
 
Y no cualquiera vestido de Armani y oloroso y ungido a la pila bautismal del Salón Oval de Televisa podrá llegar simplemente con el casting de Azcárraga Jean a ejercer el control, el mando, la autoridad y el liderazgo.
Porque al momento de transar, el jugador y el técnico, prefieren, antes que un acicalado oportunista salido de una escuela de negocios, a un hombre que haya pisado cancha y que en el subconsciente conserve, incorruptible, el olor a linimento de vestuario, y a la clorofila de la cancha.
Los maniquíes de cuello blanco, de esos que zopilotean El Nido, desde Televisa, no saben de lesiones y mucho menos de triunfos y derrotas.
A los hombres que han perdido las uñas de los pies jugando masculinamente al futbol les cuesta negociar con ejecutivos que dedican horas al manicure y el pedicure. El dolor de la cancha no se cura con glicerina y acetona.

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