“El futbol distrae de la guerra”: afectados por yihadistas
Por Luca Pistone. Enviado
Tombuctú, Mali, 5 Mar (Notimex).- Aterrizando en Tombuctú con un pequeño avión de hélices ruso de la misión de estabilización de la ONU en Mali (Minusma), el único medio para llegar a la Ciudad Misteriosa en los últimos años de la guerra, llama la atención, además del minarete de la mezquita de Djingareber (Patrimonio de la Humanidad del siglo XII), un rectángulo verde en el corazón de la ciudad.
En un lugar legendario que se caracteriza por las dominantes tonalidades ocres, amarillas y rojas de la arena y de la tierra, ese punto de color esmeralda destaca como un oasis en el desierto.
Una vez en tierra, el pañuelo verde se convierte en un campo de futbol 11 con un césped sintético nuevo que sería la envidia de muchos estadios de futbol. Aunque pueda parecer (erróneamente) poca cosa, es la contribución de la FIFA a la paz en el norte de Mali.
A través de un proyecto que tiene por lema «Balones por armas», la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) se ha comprometido a reestructurar los estadios de Tombuctú, Gao y Kidal, las tres capitales del norte de Mali que llevan más de cuatro años de conflicto contra rebeldes separatistas tuaregs aliados con los yihadistas de Al-Qaeda en el Magreb islámico (AQMI).
Mientras las negociaciones bajo los auspicios de la Minusma avanzan lentamente a pesar del acuerdo de paz firmado en Argel entre gobierno y grupos armados en junio de 2015, solo el estadio de Tombuctú ha sido reconstruido. Pequeños signos de recuperación para una población herida.
«Durante la ocupación yihadista (nueve meses en 2012) nadie venía al estadio, que estaba muy deteriorado por el viento y las tormentas de arena del Sahara. Los ´barbudos´ no nos permitían jugar porque decían que el futbol era ´pecado´ como todos los otros deportes y placeres de la vida. Fumar, tocar instrumentos y beber té también estaba prohibido», afirma un ciudadano.
Yssa Yattara es un artesano de joyas tuareg, pero en el bolso que lleva consigo siempre tiene zapatos de futbol y una equipación lista.
«Era el capitán del equipo de la ciudad, el único jugador de Tombuctú elegido por la selección nacional maliense militar que perdió la final de la CAN (la Copa Africana de Naciones) contra Egipto en 2006», dice.
Este talentoso mediocampista que tuvo que dejar de jugar para estar con su madre, que estaba enferma, busca ahora fondos para abrir un centro deportivo en Kabaria, un pequeño puerto en el río Níger a 12 kilómetros de Tombuctú, desde donde, antes de que el equipo le comprase una escúter, todos los días andaba para ir a entrenar a la ciudad.
Apenas pisa el campo con los tacos, a Yssa le cambia la cara. «Cuando estaba en el Al Farouk (primer equipo de la ciudad, que toma el nombre de un héroe de Tombuctú cuya estatua en la plaza central fue destruida por los yihadistas), recuerdo que los otros jugadores del campeonato se burlaban de nosotros”. indica.
“De hecho, estábamos acostumbrados a jugar en la arena y, cuando íbamos a las ciudades del sur, en el césped nos hacíamos daño y éramos torpes en los movimientos», añade.
Además del terreno de juego que acaban de poner, el proyecto de la FIFA incluye una segunda fase de modernización de toda la estructura, que están todavía analizando. La Minusma, sin embargo, ha contribuido con la iluminación, las gradas y los aseos.
El invitado de honor del partido de gala organizado por el Departamento de Juventud de Tombuctú, del cual Yssa Yattara es asesor del deporte, es Sekou Sarmoye.
Este hombre a quien todos llaman cariñosamente «entreneur», además de haber sido el entrenador del Al Farouk y de haberlo hecho subir tres veces a Primera División, es ahora concejal de Deportes del Ayuntamiento de Tombuctú y secretario regional de la Liga de Futbol Maliense.
«Ver a estos chicos divirtiéndose y jugando en un campo así nos devuelve la esperanza. Pero el césped sintético se degrada fácilmente, por lo que decidimos dejárselo sólo al primer equipo y en ocasiones especiales como esta».
Alrededor del perímetro de juego y detrás de las puertas, un enjambre de jóvenes entrena aprovechando el terreno plano y la extraordinaria apertura del estadio.
Los chicos y chicas juegan futbol, baloncesto, corren, hacen ejercicio. «Son aspirantes a soldados del ejército maliense, que busca nuevos reclutas. La semana que viene se hará la selección y estos chicos esperan encontrar por fin un trabajo», suspira el exentrenador.
De sueños deportivos a una miserable paga por llevar Kalashnikovs chinos en una guerra que desde 2012 se ha cobrado más de 600 vidas entre los militares de Mali.
La situación de este país de África Occidental, de hecho, sigue siendo muy inestable. Hay bombardeos y ataques terroristas casi semanalmente. La Minusma, desde su despliegue en 2014, es la misión más peligrosa de la historia de las Naciones Unidas, con 118 cascos azules (sobre todo africanos) muertos y cientos de heridos.
Como un dinosaurio, al lado del terreno de juego descansa el tractor-peine que dejó la empresa holandesa que puso el césped artificial. Nadie se atreve a tocarlo. A un joven que se acerca con un cigarrillo encendido al campo lo obligan a alejarse bruscamente.
El partido acaba 3-1 para los azules. Los naranja se merecían algo más. Los jugadores se dan la mano con el árbitro Bill, maestro de escuela primaria y el único árbitro de Tombuctú.
Agotados por la inclemente ola de calor, beben agua de las bolsas de plástico que hay en la sombra de los dos banquillos. Al ponerse el sol, el antiguo administrador del estadio llama a pleno pulmón a los jóvenes y, asegurándose de que no se le haya escapado nadie, cierra la puerta ruidosamente.