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"Hay gente que necesita probar la mierda para saber que sabe a mierda": Diana / Foto Internet

Diez años esclavizada por la heroína

El desgarrador testimonio de Diana, una usuaria colombiana sobre su relación con la heroína
BBC Mundo
Llega en su moto, con su chaqueta violeta y pinta punkera, como le dicen acá. Es amable, articulada, sensible.
Su hablar va y viene: un viaje en zigzag, con vueltas en círculos, que a veces parece no avanzar. Pero avanza. Y tiene mucho para contar, tiene claro lo que quiere decir.
Se llama Diana Fonseca. Tiene 32 años, unos diez como consumidora de inyectables, especialmente heroína.
«Con la heroína empecé porque un noviecito que yo tenía se fue a trabajar en verano con los papás que tenían una gasolinera y me llevó donde sus amigos y me dijo: ‘Diana, va a haber muchas drogas, por favor no pidas ni recibas nada’. Pero, pues ¡a quién le dice! Yo fui la que quise y yo fui la que la probé, yo fui la que busqué.».
Diana se frena. Mira la grabadora.
—¿Sí está grabando? -susurra.
—Tranquila, sí, sí, sí- le respondo.
—¿No quieres revisar? -quiere estar segura de que sus palabras están quedando registradas.
—No, no, no.
Se conforma, creo. Seguimos.
«La primera impresión fue de somnolencia, como estar adormilada todo el tiempo, no me gustó la experiencia».
Se detiene otra vez.
—¿Estás cómodo? -el entorno, otros estímulos, la distraen de tanto en tanto.
—Sí, solo apoyando la cabeza en el árbol -estamos en un banco de una plaza.
«No me gustó, porque era ahí todo como dormida, me preguntaba qué es esto tan jarto (pesado, aburrido), ¿sabes?. Al principio yo lo sentí como un porro agrandado, pero sin el enchonche».
—¿Enchonche?
—Como la modorra que te da así de quedarte… —hace como que se deja caer un poco de lado—. No me gustó, al principio no me gustó.
Pero al día siguiente volvió a probar; esta vez speedball, que es heroína mezclada con cocaína.
«Ahí ya le cogí el gusto», dice. «Si yo no hubiera probado al otro día el speedball con coca, yo no sería heroinómana. A mí no me gustó al principio».
Las jeringas de los adictos son usadas indiscriminadamente lo que aumenta el riesgo de contraer Sida u otras enfermedades mortales / Foto Internet
De acuerdo con el Ministerio de Salud de Colombia se ha registrado un aumento progresivo en las personas consumidoras de opioides (la heroína es el principal) en el país.
La cifra de personas atendidas por dependencia se multiplicó por diez en seis años: pasó de tan solo 152 en 2009 a 1.635 en 2015.
En algunas ciudades y regiones el fenómeno es especialmente notorio, como en Bogotá, Medellín, Cali, Pereira, Armenia, Santander de Quilichao y Cúcuta.
En su mayoría son hombres, aunque está en aumento el número de mujeres. Son jóvenes, solteros y suelen realizar actividades informales para su sustento. En Bogotá hay bastantes consumidores funcionales, que tienen un hogar y empleo.
La ONG Acción Técnica Social (ATS), que se dedica a la educación y reducción de daños en el consumo de drogas, tiene un programa de reducción de daños que se llama Cambie y funciona en Bogotá (donde conocí a Diana), Pereira y Cali.
De los 350 usuarios registrados que tienen en Bogotá, sólo un 14,5% está en situación de calle. Y de los últimos casi 140 se han sumado, 22% tiene un empleo formal y 50% alguna ocupación informal que les da ingresos.
La gran mayoría suele vivir con sus padres o familias.
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«Ese daño colateral que se hace a los familiares, no es que uno lo haga de malo, lástima, pero es que uno lo está pasando muy bien mientras ellos la están pasando mal», dice Diana respecto al impacto que su consumo tiene sobre sus seres queridos.
En el parque empieza a hablar de lo duro, de lo malo, de las consecuencias de haberse enganchado.
«Hay gente que necesita probar la mierda para saber que sabe a mierda».
Tu cuerpo te empieza, a mí, con dolor en la cintura terrible, que es como el período, parecido, hay chicos que les da vómito, fiebre, dolor en los huesos, dormir es muy difícil
Diana
«Yo llevo diez años en consumo, durante los cuales todo lo que me entraba en dinero era para gastármelo ahí. De un trabajo serio en una óptica que estuve me quedaron debiendo tres millones (de pesos colombianos, hoy unos US$1.000)».
«Así como me los dieron me los fumé. Entonces todo lo que entra es para eso. Es estar esclavizado, es someterse al dealer, al jíbaro». Un jíbaro, me explica, es alguien que se abusa, maltrata, se aprovecha, de los consumidores; el dealer no.
«Hoy te metes y mañana tu cuerpo te va a decir: ‘Deme lo que me dio ayer’. Y tu le vas a decir: ‘No’. Entonces tu cuerpo te empieza, a mí, con dolor en la cintura terrible, que es como el período, parecido, hay chicos que les da vómito, fiebre, dolor en los huesos, dormir es muy difícil».
«Yo considero que soy fuerte físicamente. El síndrome es de atacar tanto física como psicológicamente. Yo creo que soy fuerte físicamente, me aguanto el dolor, me aguanto las náuseas, pero me ataca la mente».
Se distrae de nuevo.
—¿Estás cómodo, Natalio?
—Sí, sí. Estoy bien.
Sigue: «Llega un momento en que tu estás limpio y en ese momento te inyectas o fumas o inhalas y en ese momento estás sintiendo el placer. Pero si ya llevas un mes, dos meses, ya es para apaciguar el dolor, para que no te de mono. ¿Qué pasa? Con la heroína tu hoy te metes 5 miligramos, mañana te tienes que meter 6, pasado mañana 7, ir subiendo. Y un heroinómano tampoco tiene toda la plata para ir subiendo, sino solo se consume para no enfermarse».
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Ana María Cano es médica psiquiatra del hospital mental de Filandia, en el departamento del Quindío, uno de los más afectados por consumo de este tipo de sustancias. Es una entidad estatal que desde 2001 tiene una unidad de atención a conductas adictivas, con enfoque biopsicosocial.
Con ella converso por teléfono; hablamos sobre las posibilidades de éxito con este tipo de pacientes.
«Éxito es que haya disminuido los riesgos del consumo, que vuelva a trabajar, que vuelva a relacionarse con la familia. La meta ideal es que estén completamente libres de consumo».
«A lo largo de 9 años de programa (porque formalmente inició en 2008) tenemos muchas personas que se han recuperado, otras que están ahí».
«El éxito se mide en primer lugar cuando el paciente entra al tratamiento y empieza a estructurar su proyecto de vida y llega a un consumo regulado, que en la heroína se da en muy poquitos casos, porque el consumo de heroína vuelve a llevarlos a consumir a cantidades enormes».
Es que, explica: «Ellos creen que cuanto más bajita la dosis ellos tienen menos adicción y no es así».
«El mito que más daño les hace», dice, «es que como ya van seis u ocho meses bien ya no necesitan tomar metadona (que se utiliza par controlar el síndrome de abstinencia) o concurrir al programa, y muy rápidamente recaen». En el primer año se dan 80% de recaídas, según sus cálculos.
¿Puede haber consumidores funcionales? Cree que sí, pero con límites. «Como todo en esta vida, si su compañero de trabajo llega ebrio, van a entrevistar al Papa y el camarógrafo está borracho, pues hombre eso es problemático. El consumo activo en el trabajo, eso no».
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Le pregunto lo mismo a Diana.
«Relativamente normal sí, donde tu tengas acceso diariamente a tu dosis puedes llevar tu vida normal. Obviamente en el trabajo tienes que tener cuidado porque vas a estar entrando al baño a inyectarte o a fumar o a inhalar».
La euforia durará 10-15 minutos nomás y luego se puede volver a la actividad cotidiana, pero aclara: «Si no te pasas de la dosis, porque una vez yo pum, me chuté, y lo que recuerdo es levantarme con esto (la boca) roto; estaba en un sofá y seguro me fui para el frente».
De los consumidores de heroína que Diana conoce, dice, de diez, siete u ocho son funcionales.
Conocí a otros consumidores funcionales, como se les dice a quienes lograr llevar una vida relativamente normal. La única que finalmente se decidió a hablar públicamente fue Diana.
Cuando se deja por un tiempo cuesta trabajo buscar otra vez la alegría de un atardecer, cuesta trabajo sonreír, cuesta trabajo hasta llorar. Todos los sentimientos cuestan

 

Mientras conversamos, un hermoso perro labrador dorado, grandote, no para de acercársenos. «Tenemos un muy buen feeling o tienes un micrófono», le dice Diana al perro. «No, es que yo soy muy paranoide también», me explica.
Al final, antes de subirse a su moto, me vuelve a pedir que revise la grabación. Me regaló sus palabras, me parece justo mostrarle que el regalo llegó, quedó registrado. Escuchamos la grabación. Ahora sí se conforma, ahora sí está segura.

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